Caso real: La historia de Manuel Dafonte y su ruina empresarial

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Manuel Dafonte nos envía este relato de lo que fue su aventura empresarial y de la que extrajo conclusiones y errores:

«Nueve de agosto de 2007, mediodía. El principio del fin.

El Banco Central Europeo inyecta al sistema financiero 9.000 millones de euros. La crisis financiera ha llegado a Europa.

En la relativa tranquilidad de un verano del noroeste español las maniobras del BCE suenan muy lejanas, pero a mí me sirvieron para estropearme el día y los muchos días que vinieron después.

Durante 14 años mi pequeña empresa de intermediación hipotecaria había funcionado  relativamente bien y, lo que es más importante, durante 14 años había sido capaz de convertir un sueño en realidad.

En 1993, sin dinero pero con mucha ‘ilusión’, mi socio y yo nos habíamos lanzado a la piscina. Decidimos poner en marcha el proyecto tesina del MBA en donde nos habíamos conocido dos años antes. Él abandonó su puesto de profesor sustituto en la  universidad y yo dejé mi trabajo en la financiera donde había dado los primeros pasos en el mundo hipotecario. Teníamos 25 años y toda la vida por delante. Y, sin duda, la aprovechamos.

Durante los siguientes años compartimos al 50% todas las experiencias y avatares que un pequeño empresario puede vivir, siempre con el ansia de ser algo más que pequeños.

Lo pasamos muy bien, sufrimos mucho, trabajamos hasta la extenuación, lo dimos todo.

Nuestro negocio consistía en buscar y gestionar la mejor hipoteca del mercado español a las personas que querían comprar o construir una casa o, simplemente, mejorar el préstamo que ya estaban pagando.

Nuestro Código de Reputación Corporativa guiaba la captación de negocio bajo el principio fundamental de “no gestionar un préstamo a aquellas personas que objetivamente no van a poder hacer frente al mismo”. Por tanto, nos relacionábamos con clientes solventes que valoraban nuestro servicio, el cual sólo se cobraba si se formalizaba la hipoteca ante Notario, lo que indicaba que el cliente había entendido y aceptado perfectamente nuestra labor.

El negocio dio sus primeros pasos en febrero de 1993 en la ciudad de Vigo y en 1997 logramos abrir nuestra primera sucursal, también en Galicia, concretamente en la ciudad de La Coruña. Muy pronto llegaron las primeras franquicias en Orense, Santiago, Pontevedra y Ferrol para en el año 2001 dar el salto nacional y abrir una oficina propia en Madrid. De ahí a Valencia, Barcelona, Palma de Mallorca, País Vasco, Canarias, Andalucía, etc… En definitiva, un negocio en crecimiento donde nuestra política empresarial nos llevaba a reinvertir todos los beneficios para seguir creciendo y, cuando

hacía falta, a avalar cada uno de los préstamos que necesitábamos para acelerar ese crecimiento.

En 2006 tomamos una decisión estratégica muy importante: íbamos a centralizar la gestión crediticia de toda nuestra inmensa red comercial para hacerla todavía más grande. Para lograrlo nos embarcamos en una serie de inversiones tecnológicas que no tenían parangón en el sector. Nuestra empresa no erá la más grande, pero estábamos seguros de que podría llegar a serlo, lo que sí había sido siempre era pionera.

La primera empresa de intermediación hipotecaria que nació en España, la primera en obtener el certificado de calidad ISO 9001:2000, la primera en registrar su marca como dominio en internet, la primera en disponer de un Código de Reputación Corporativa,  socia fundadora de la Asociación Nacional de Intermediarios de Financiación, etc…Y, sobre todo, nuestra empresa fue la primera en contar con un gran equipo de profesionales. Un conjunto de personas que trabajando juntas la convertían en un negocio mucho más grande de lo que era.

Con todo esto, nada podía salir mal. Sin embargo algo salió mal, muy mal.

Ese fatídico nueve de agosto de 2007 fue el momento en que nuestro negocio empezó a desmoronarse, primero en silencio, pero muy pronto con un estrépito ensordecedor.

El fin estaba cerca. De un día para otro, poniendo todas las excusas imaginables y algunas inverosímiles, la banca española dejó de prestar dinero. Al principio por incertidumbre, ya que ni ellos sabían lo que estaba pasando, pero a los pocos meses por una falta real de liquidez en todo el sistema financiero, aunque jamás se atrevieron a reconocerlo para no desatar el pánico. Y en el medio del caos: nosotros.

Una empresa endeudada para crecer, que podría asimilarse a un avión de pasajeros en el  proceso de despegue al que le cortan la entrada de combustible al motor justo cuando empieza a levantar el vuelo. Nuestro negocio se había acabado.

El volumen de clientes que acudían a nosotros para que les gestionásemos sus hipotecas seguía siendo el mismo que antes, pero nuestros proveedores (bancos y cajas de primer nivel) no tenían dinero y, por tanto, la cantidad de préstamos que éramos capaces de conseguir se desplomó vertiginosamente. Insisto, nuestro negocio se había acabado.

El problema fue que, tras casi 15 años apasionados con un proyecto y una profesión, no quisimos verlo tan nítidamente ese aciago mes de agosto de 2007 y nos propusimos luchar. ¿Acaso cualquiera que estuviese tan enamorado de su proyecto como nosotros lo estábamos, no hubiese hecho lo mismo? Siempre la eterna lucha entre la cabeza y el corazón.

¡Qué gran aprendizaje para el futuro pero qué desastre para ese presente!

Y sin duda fue una lucha desigual, una batalla entre el recorte de gastos y la generación de nuevos ingresos en la que ambas cuestiones se aliaron entre sí y se volvieron contra nosotros.

Recortar gastos en una empresa de servicios como la nuestra sólo podía hacerse por un camino muy doloroso: las personas. Bajadas de salario a toda la plantilla y despidos carísimos de personas de las que nunca hubiéramos querido prescindir. Nuevas deudas bancarias contraídas a nivel personal para aportar más capital a la empresa y poder llevar a cabo esa restructuración, planes comerciales muy agresivos para incentivar a la red a que aportase más volumen de negocio, todo fue inútil.

En 2008 quemamos un último cartucho que, hoy lo sé con certeza, ambos socios sentíamos en nuestro interior que no funcionaría: intentamos vender la empresa. Desde hacía varios años un gran grupo asegurador francés que cotizaba en la bolsa de París nos estaba “tirando los tejos” porque quería adquirir un broker hipotecario en España. Nunca le hicimos caso, hasta ese 2008.

Fuimos sinceros, les explicamos la situación y nos escucharon con interés. Tras varias reuniones y ante la imperiosa necesidad de liquidez por nuestra parte nos dijeron que la compra era imposible.

Esto sucedía durante la Semana Santa de ese año, un mes después presentamos concurso de acreedores de todas nuestras sociedades mercantiles y de nosotros mismos como personas físicas ante el Juzgado de lo Mercantil en Pontevedra.

Lo que pasó a partir de aquí no hace falta casi ni que os lo cuente: como la mayoría de los concursos de acreedores en España, el nuestro acabó con la quiebra de todas las empresas, cosa lógica por otra parte al no poder continuar nuestra actividad de intermediar hipotecas por falta real de proveedores (que paradojicamente, en nuestro caso, también eran acreedores). Afortunadamente, tras varios años de proceso judicial todos los concursos se declararon como fortuitos, eximiéndonos a los socios (y administradores) de cualquier culpabilidad en la quiebra de nuestra querida empresa.

Esto que puede paracer muy positivo, apenas tuvo relevancia para mí al haber avalado personalmente las deudas de la empresa, lo que significaba en la práctica que seguía absolutamente arruinado ya que no sólo perdí todo lo que tenía (coche, casa, etc…) sino que no iba a poder volver a tener ningún bien a mi nombre hasta que hubiese saldado las deudas con sus correspondientes intereses.

El problema es que las deudas de seis ceros son muy difíciles de saldar.

Si os he puesto en antecedentes es para que entendáis mejor lo que me sucedió, precisamente, en ese mes de marzo de 2008.»

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Autor: Paraemprendedores

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